Nos vimos ambos al espejo, al mismo tiempo; vi tu silueta delimitada por las sábanas y quiero pensar, ahora, que también tú lo hiciste. Nos quedamos absortos por unos minutos contemplando nuestros reflejos hasta que finalmente rompiste el silencio. Aquella frase quedó grabada en mi memoria pues ahora la recuerdo como el estruendo de una copa haciendose añicos en su impacto contra el piso.
"No parecemos reales", fue lo que dijiste.
Y la estrepitosa conciencia del ruido se dio en cuanto noté que, en efecto, nada de lo nuestro era real. Ni siquiera esto.
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