Qué bien se siente que me tomes por la cintura y busques ávidamente mil besos en mí. Qué bien se siente, también, el estar enredada en tus brazos, en tu cabello, en tus labios y de paso en tus líos.
No te equivocas, me arriesgaría al resondrón telefónico al día siguiente únicamente por probarme a mí misma qué tanto en verdad te deseo y a la vez, reafirmar cuánto me gusta saberme tu necesidad. Soy la dosis de insania que a tus días le faltaba. Soy, de paso, quien te hace temblar y titubear, sonreir y desear aferrarte al aquí-ahora para disfrutar de cuanto placer mundano [y no meramente carnal] lleguemos a tener. Y es que sí, imagino que esa es la palabra, somos tan mundanos cuando estamos juntos; disfrutamos de cada detalle, el concreto, el olor del grass húmedo, la textura de tu cabello, tus manos rosando las mías; nos volvemos todo sentido y sensación, todo goce a pesar abstraernos tanto en esas interminables conversaciones que únicamente mis ganas de ti logran interrumpir.
[Ahora la ética prima.
Aun eso no impide que te quiera.]
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