martes, noviembre 09, 2010

Yo quería flores en mi cuarto.

Me gustan las rosas muertas. Las prefiero así, cuando las veo inertes, oscurecidas, marchitas. Me invade una mezcla de melancolía y satisfacción; continuan bellas-es lo que pienso- aunque depresivas por la falta de vida.

Las pongo en la mesa de noche porque quiero recordarlas y tenerlas cada mañana porque es lo más vivo que tolero por ahora. Por cuestiones de practicidad, cubren el espacio vacío entre mi lámpara de noche y los libros de mesa. Bueno, no me quejo, se ven bien y ocultan ese espacio.

Por otro lado, confieso que he tenido ganas de regarlas a veces. Me da curiosidad saber si esas podrían renacer y florecer de nuevo. Tal vez si hecharan raíces enrojecerían sus pétalos marchitos. Tal vez si pusiera algo de agua en el jarrón podrían perfumar mi cuarto con su deliciosa vitalidad.

Siendo realista, es probable que se pudran y mi cuarto huela a mierda; pero siempre me invade esa fantasía infantil de rebrotar de entre los escombros. Como si aún quedaran esperanzas.


A veces pienso, también, que ya no queda tiempo para fantasías porque al fin y al cabo... es igual al color efímero y vanidoso de las rosas. Nos tientan derepente y atraen por la pureza del deseo, hasta que este se contamina con el paso de los días y el desgaste del ambiente que cambia, minuto a minuto.

Creo que espero algo absurdo, algo iluso. Creo que eso es lo que quiero.

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