Te vi, tierno, acomodarte entre mi piel, deslizando suavemente tus labios por mis dedos; recibirme a tientas a medias luces, es lo que solías hacer, dulce, al amanecer, para despertarme con el más puro de los besos y cubrirme de ternura.
Alguna vez pensé que esto sería suficiente como para evitar el naufragio irrefrenable, pero voy a la deriva. Nos ahorramos despedidas, que serían por mucho, más dolorosas aún.
Los jueves tienen esa maldición.
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