Camino siempre a paso veloz, como si todo el tiempo estuviera tras una urgencia impostergable. Por la calle, por casa, en la oficina, y durante un paseo relajante. Solo me detengo para inhalar lo que me queda de nicotina en el cigarro y exhalarlo hacia algún espacio miserable a mi derecha.
Ahora creo firmemente que mi andar es producto de una frustración que me obliga a no permanecer en un entorno de objetos cognoscidos por más tiempo de lo que considero suficiente. Y esta naturaleza inquieta me exige apremiantemente huir de ello en cuanto sea posible, siempre con el ceño fruncido y de cara ante la nada.
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