lunes, octubre 04, 2010

Todo va a estar bien, te dije, acariciándote. Me sentí derrotado. No quería darte la espalda; tampoco amarte a escondidas. No sabía qué hacer. Nos besamos con lágrimas en los ojos. Te pedí que te quedaras a dormir en mi cama. Esa noche, por primera y última vez dormimos juntos. Antes de quedarme dormido busqué la calidez de tu espalda y la humedecí con una lágrima. Yo sabía muy dentro mío que, hiciera lo que hiciera, te perdería de todas maneras. Ya te había perdido. Me lo decía una voz implacable desde muy adentro: se irá a Lima con ella; te quedarás sólo en Miami; deja ya de llorar; ¿quién te dijo que la vida era una suceción de triunfos y alegrías? Pero yo no quería escuchar esa voz ingrata. Yo quería escuchar tu dulce voz susurrando en mi oído: solo te quiero a ti, quiero que estemos juntos los dos y nadie más, tú me bastas para ser feliz. Pero todo era silencio. Un silencio opresivo, el amargo presagio de la derrota.

Jaime Bayly.

No hay comentarios:

Publicar un comentario