Si te dijera cuánto le temo a los perros comprenderías mi reacción evitativa de dar la vuelta a la manzana. Hay días en los que pienso que esto va degenerando a tal punto de convertirse en una fobia de lo más desadaptativa; eso cuando me siento, claro, incapaz de dar un paso adelante y ofrecerme voluntaria, bueno bueno... siendo sincera, cuando es tiempo de desastre emocional. Otros días, pienso tiernamente que estoy dispuesta a cargar cachorritos como libros, habituadísimos y contentísimos en mis brazos y llevarlos a correr, verlos libres y tontos jugar entre los arbustos del jardín.
El precio, para mí, es altísimo, es una suerte de costo-beneficio en donde mis posibilidades de ser atacada y magullada por esos pequeños diablillos con dientes voraces es tan similar a la satisfacción de irradiar algo de amores.
Me cuesta mucho arriesgarme, soy mala para las inversiones y análisis de economías. Soy peor al decidir.
Pero cuánto quisiera librarme de esta fobia. Saber que puedo perder, arriesgarme y no temerle.
Hmm... vamos a intentarlo.
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