Por lo general detesto hacer el tipo de confesiones que van en contra de la estabilidad de mi yo... me refiero a que odio notar como es que voy detectando lo mecanismos de defensa freudianos [y no necesariamente para ser calificada de esa forma tan poco objetiva de los examenes universitarios] en mí misma.
Qué lastima, por ti y por mí si fuera cierto.
[Aunque a decir verdad, más por mí que por ti]
Por qué será que cada vez que nos despedimos, con un corto beso en los labios - cumpliendo lo esperado para los 'decir adiós' de los enamorados - subo al bus, hago como si no te observara y únicamente cuando tú ya no me ves volteo y busco entre las personas tu silueta... solo para llevarmela a casa.
Sucede esto, te diré: hay un temor que me acecha inmediatamente después de haber pasado el día más maravilloso posible a tu lado. ¿Qué es? Simple. Mi inseguridad... Sí, mi propia inseguridad que juega en contra de mí misma, el miedo a hacer algo inapropiado, a no ser todo aquello que podrías desear. Miedos tontos, infantiles...
Sabes? Por muchos años consideré la posibilidad de pasar una vida a tu lado, ver al amanecer tu rostro junto al mío, darte un beso en la frente, vestirme con una camisa tuya e ir a preparar el desayuno... observar el placer en esos hermosos ojos al sentir el aroma del café caliente, recién preparado y...
Ay no!
Y qué tal si puse mucha azucar en él? Menos café en la taza? Si quemé las tostadas?
No, no, no.
Titubeo.
Mejor retrocedamos un poco.
Te beso y te observo dormir, acaricio tu frente, veo como abres los ojos a un nuevo amanecer y me dedicas la primera sonrisa del día. Me siento y observo con ternura como me aproximas ese café de delicioso olor porque no, NO PODRÍA saber mal... Y, bueno, lo disfrutamos...
Ese es el problema. Ahora entiendes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario